Navidad,
dulce Navidad, por Lidia Falcón (25 diciembre, 2018 )
Cumpliendo
el mandato de lo establecido las redes sociales, las llamadas telefónicas y los
emails arden enviando vídeos y mensajes de felicidad en estas fiestas, que
ritualmente reúnen a la familia, incluso la más alejada en el espacio y en el
tiempo, a amigos y a quienes no lo son tanto.
La
Navidad no tiene hoy el sentido religioso que se le dio en tiempos no tan
lejanos, únicamente el 14% de los españoles va a misa. No sé cuántas españolas,
porque los informes oficiales no discriminan, pero por mi observación directa
de las iglesias salen más mujeres que hombres, como es habitual. Los ritos, las
ofrendas, los regalos –las tiendas tienen mayoritariamente clientela femenina-,
la elaboración de las comidas, recaen casi en exclusiva en las espaldas de las
madres, las esposas, las compañeras, las hijas y las hermanas. Y eso sigue así
en el siglo XXI, como si los siglos no pasaran.
Únicamente
el mandato del Patriarcado y el beneficio del Capital ordenan que, durante un
mes, que ya va durando este periodo, todas las familias se gasten lo que no
tienen en comprar comida, invitaciones y regalos, para celebrar una efeméride
en la que la mayoría no creen. Y que, además, por la obligatoriedad de la
convivencia que no se produce el resto del año, por el uso abusivo de comida y
bebida que provoca recuerdos que más valdría olvidar, y discusiones que
estuvieron soterradas durante el o los años anteriores, los familiares y amigos
acaban estallando en acusaciones ofensivas, enfrentamientos verbales y hasta
agresiones.
En
estos días las estadísticas de la policía y de los juzgados explican que hay más
violencia machista, y más peleas de vecinos, en los bares, y encontronazos
entre los participantes de peñas y amigos, con temas tan trascendentales como
los partidos de la Liga y las derramas de las comunidades de propietarios.
Fingiendo
que la familia es la unidad sentimental que nos enseñaron desde la infancia,
seguimos cumpliendo ciertos ritos –otros afortunadamente ya no- como el de la
celebración de las navidades, que tiene los riesgos de mostrar sin tapujos que
ni todos los familiares se quieren ni las familias políticas se respetan ni los
amantes se aman ni siquiera los hijos sienten afecto por sus padres ni éstos
adoran a sus hijos. Porque nadie escoge la familia en la que nace. Sólo algunos
privilegiados llegaron al mundo en el ambiente y con los progenitores que les
legaron educación, ideología y conocimientos que fueron asumidos y bien
acogidos por los hijos.
Una
proporción muy importante de las personas no comparten las creencias que sus
antepasados pretendieron inculcarles. No están de acuerdo ni con la educación
ni con las creencias religiosas o políticas que defienden sus progenitores y
familiares cercanos ni desean seguir tratándolos.
Algunas
madres ya se han atrevido a confesar que no querrían haber tenido hijos, en ese
curioso Club de las Malas Madres que pueden encontrar en Internet, como
habíamos denunciado hace 40 años algunas feministas como Elizabeth Badinter en
Francia y yo. Ello no empecé que los quieran todavía y que les deseen la mayor
de las venturas, pero hubiera sido mejor para ellas no haberse implicado en su
procreación y educación, tareas que parasitaron su vida y les hicieron
abandonar proyectos de estudio y trabajo.
Lo
peor no es que esas madres al fin se lo confiesen, sino que otras, más
alienadas, que estaban convencidas de que el amor materno es un instinto
irrefrenable y que se dijeron que a los hijos se les da todo sin pedir nada a
cambio, con esa vocación de santas y de mártires que se les inculca desde la
infancia, se enteren, un buen día, después de 30 años, que sus hijos no les
tienen la admiración que ellas esperaban y daban por supuesta y para merecer la
cual hicieron toda clase de méritos. No sólo parirlos y lactarlos, en estos
tiempos de regreso a la función alimenticia propia de las hembras mamíferas,
sino mantenerlos limpios, vestidos y sanos, proporcionarles la mejor enseñanza
y educación y, en la medida de sus recursos económicos, pagarles enseñanza de idiomas,
de yudo, excursiones, cursos en el extranjero, conciertos, viajes de recreo y
dinero de bolsillo para “sus gastos”, que ni siquiera averiguan cuáles son.
Estos
días, seguramente impulsados, y asqueados, por el ambiente cursi de
felicitaciones y ratificaciones de amor, algunos hijos le espetan toda clase de
reproches a las madres principalmente –también reparten algunos a los padres
que los mantuvieron- por los juguetes que no les compraron, los cursos de tenis
que no les pagaron, el abandono en que los tuvieron cuando se iban a trabajar y
se los dejaban en casa de la abuela, y no digamos si la madre fue capaz de
divorciarse del padre, privando con ello de la indispensable figura paterna al
retoño.
A
soportar esta eclosión de reproches y rencores de los hijos las mujeres unen el
cansancio de un trabajo doméstico excesivo, el aguante de visitantes y
familiares con los que no tienen nada en común o incluso mantienen ideologías
antagónicas, añadido a ingerir demasiada comida y bebidas alcohólicas, y la preocupación
de compensar un gasto para el que no tienen recursos. Invertido en la compra de alimentos y regalos
que nadie necesita y que la mayor parte de las veces tampoco gustan.
Cuando
termina este periodo, la mujer que se ha encargado de organizar y llevar a cabo
las fiestas está rendida. La limpieza de lo ensuciado, el fastidio de lo que se
haya roto, el disgusto del recuerdo de las palabras hirientes y ofensivas de
sus hijos, de su marido o compañero, para las que no tuvo respuesta y se
maldice por ello, las discusiones que sostuvieron los invitados y que no supo
evitar, y a la ingente tarea de devolver la casa a la normalidad, de hacer las
cuentas para que se pueda superar la cuesta de enero y el regreso a la soledad
habitual, causan más depresiones que el resto del año.
La
mayor cantidad de peticiones de divorcio, la reapertura de causas reclamando la
custodia de hijos o el cambio del régimen de visitas, las demandas de deudas
entre familiares, y las denuncias de violencia machista, acoso sexual y
violaciones, se multiplican en los despachos de los abogados y en las sedes
judiciales.
¡Feliz
Navidad!
Lidia
Falcón