Qué
grande es escuchar
Como
cada mañana me dirijo a la cafetería a desayunar, tomar un café tempranero, con
un vasito de agua como compañía. Una vez en el bar, me sitúo en una mesa, y
espero al camarero para que me tome nota, mientras eso sucede, ojeo el periódico
de la mañana, deteniéndome en algún que otro artículo que considero interesante,
de hecho, los leo varias veces, tomando notas. No era mi intención detenerme
en esto, simplemente lo hago como un prólogo o introducción.
Después
de servirme el café, y como si me estuviera siguiéndome, aparece “el abuelo”,
le llamo así porque ignoro su nombre; es una persona de avanzada edad, cuando
digo esto, es que deduzco que rondará los 90 años, cojea de la pierna derecha,
por ese motivo creo que lleva el bastón del que no se separa ni se despista,
creo, además, que lo lleva como soporte en la mano derecha para que su caminar
le sea más fácil.
A
pesar de los años, se le ve muy bien físicamente, y no digamos con su forma de
pensar y discurrir. Su capacidad de razonar es asombrosa.
Todas
las mañanas se posiciona en la barra del bar, sentándose en un taburete, desde
donde divisa toda la estancia del restaurante, siempre pide lo mismo, su vaso
de leche caliente, con bollería del día blanda y suave, su dentadura no da para
muchas degustaciones a la hora de masticar. Mientras le sirven, el abuelo mira
en todas direcciones, oteando el ambiente y, diferenciando a los parroquianos
que en ese momento se encuentra en sus mediaciones; por lo visto hasta ahora,
selecciona una persona para relatarle un poco de su ajetreada vida,
son muchas cosas las que hay en esa bendita cabeza.
En
ese momento, observo como se encamina hacia la mesa en la que me encuentro. Me
saluda muy amablemente, pidiéndome permiso para sentarse a mi lado. No espera
respuesta, simplemente echa para atrás la silla y se sienta en la misma y
enfrente mía. Se me queda mirando, a la espera de que reniegue de
su presencia y, de esta manera, seguir como estaba anteriormente. Como ve que no hago
ademán de solicitar su marcha, intenta entablar una conversación.
Yo
sigo mirándole en silencio, por lo que aprovecha para decirme algo, primero
despacio, sin dejar de fijar sus ojos en mi cara, supongo que estará estudiando
mis facciones a la espera de ver algún gesto de enfado o asombro. Poco a poco
sigue contándome parte de su atosigada vida.
Como
un niño chico, dejo todo lo que estoy haciendo, prestándole más atención según
va narrándome sus aventuras. Él nota como voy pasando de estar tenso a relajado,
de hacer caso omiso a su charla, a prestar una atención más centrada. La verdad
es que según va pasando el tiempo, lo que me viene relatando me va embobando
cada vez más. Como he dicho parezco un niño pequeño que le están contado un
cuento muy interesante.
El
abuelo sigue con su narrativa, es interesante, pero lo, es más, su forma de
hacerlo, es algo como si te invitara a ser participe, actor, de lo que va
diciendo. Tú te imaginas que estás dentro de esa historia, la vives, te crees
que es real, que eres parte de ella.
Como decía, va enlazando todo como si se tratara de un puzle, va uniendo sus
piezas exactas. Yo no pierdo ningún detalle de la trama que relata. Su nitidez
me deja perplejo.
De
pronto, caigo en la hora que es, han pasado casi cuatro horas desde el inicio
de la conversación, mejor dicho, del monologo del abuelo. No me había dado cuenta de lo
tarde que era, por lo que le pido disculpas, me dispongo a marcharme, no sin
antes emplazarle para otro día y continuar oyendo sus agradables relatos.
Me
despido del abuelo, con la esperanza de que ese día llegue pronto para poder
disfrutar de sus gratas narrativas.
Hoy
he conocido a un hombre sabio, por sus años y, sobre todo, por su conocimiento
de la vida, llena de luchas y fracasos, pero por lo oído, cuanto más fracasaba,
más aliento le daba para seguir intentándolo. Si después de los fracasos, agachas
la cabeza, no empiezas de nuevo, nunca sabrás si lo hubieras conseguido.
Continuaba, cada fracaso es una invitación al éxito.
Tengo
una sensación de gratuidad hacia el abuelo por enseñarme a escuchar a los
mayores, son una fuente del saber inagotable.
Gracias, abuelo, por tu tiempo y por estar a cabo de la calle, con tus relatos nos enseñas el conocer de
la vida.
bayekas
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