Y
de pronto me di cuenta que yo era normal (17.06.2019)
De pronto
ante mis ojos se volvió todo oscuridad. No había ni una minúscula luz que brillara.
Dije para mis adentros —estoy dormido, tengo los ojos cerrados, de ahí que todo
esté oscuro.
Hice
ademán de despertarme. Todo seguía oscuro. Entonces recordé que, posiblemente,
mis ojos estuvieran cerrados e intenté abrirlos. Nada, la oscuridad persistía.
Ni una triste luz podía divisar ante mí.
Pasaba el
tiempo y la oscuridad seguía, todo lo envolvía. Yo estaba despierto, mis ojos
se encontraban (inmensamente) abiertos. Entonces me preguntaba ¿Por qué tanta
oscuridad? ¿Por qué no podía ver la luz?
Me di
cuenta de que me encontraba en el interior de mi casa. Todo era oscuridad en
ella. Ni una pizca de luz. A cada paso quedaba, con algo me tropezaba y me golpeaba.
Estaba despierto porque sentía el ruido al topar con los muebles, con las
cosas, además, del dolor al golpearme con los objetos. Una y otra vez. Un
golpe, otro más. Cada paso quedaba, se repetía la misma acción.
Me quedé
quieto un momento. Me vino un temor que me asusto. Posiblemente, estaría ciego.
—¡No!, ¡No! —Me contestaba, gritaba. Buscando consuelo en mi interior, me decía
—No puede ser.
Intenta
fortalecerme con palabras que no pronunciaba, pero que creía oír. Un nuevo
golpe, un sonido, un dolor, me devolvía a la situación real que en estos
momentos estaba viviendo, sintiendo.
Fui muy
despacio hacia la ventana más próxima de la estancia en la que me encontraba, tanteando
con la mano los posibles obstáculos que me encontraba, esto me permitió
acercarme a la ventana sin colisionar con nada. Como pude cogí el soporte y
abrí la ventana. No oía nada, todo era oscuridad. No podía ser, estaba ciego y
sordo. Pero yo oí el ruido al golpearme con los muebles. —¿Es que también
estaba sordo, además de ciego? —Me preguntaba.
Apoyado
en el poyete de la ventana me quedé un buen rato. Ni un ruido oía. Todo ante mí
era oscuridad y silencio. Empecé a llorar de impotencia.
Cuánto
más tiempo pasaba, más se apoderaba de mi la desesperación, cuanto más me
arraigada en ella, más desolado me encontraba. El llanto era mi única compañía
y consuelo.
De pronto
empecé a ver luces en el exterior, la habitación donde me encontraba en ese
momento se iluminaba. Toda la casa era luz.
Entonces,
recordé que, la ciudad había sufrido un corte de luz total. Qué susto había
pasado. No era ciego ni sordo, sólo que me falló la memoria al no recordar esa
avería en el fluido eléctrico.
Qué feliz
era en ese momento. No había perdido esas capacidades que creía no tener. No
era sordo ni ciego. Podía ver y oír.
Como pude
comprobar podía mirar, pero no ver. Podía escuchar ero no oír. Era lo que se
dice en sociedad un ser normal que no se enteraba de nada. ¡Puaf, que asco!
bayekas
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