Perfecto
mundo imperfecto (26.02.2019)
Un
niño tenía un perro con tres patas que jugaba al balón y atrapaba moscas como
cualquiera. Niño y perro se tumbaban bajo la misma sombra, veían la tele juntos
y todas las mañanas, lloraban al despedirse frente al colegio donde el muchacho
aprendió a contar.
Un
tobogán en el parque, dos naranjas en el frutero, tres bombillas en la lámpara.
Hasta tres no hubo problemas. Sin embargo, el día que contó cuatro, su madre lo
encontró meditabundo en el sofá. El perro quería subirse a su regazo y el niño
lo espantaba con la mano.
“Ha
perdido una pata”, gruñó.
Y
se lanzó a buscarla bajo los muebles. Abrió los armarios, vació las estanterías
y derribó los arcones en busca del dichoso miembro. La madre, arrepentida por
no habérselo explicado nunca, lo detuvo, lo abrazó y le aseguró que lo
arreglaría
Esa
tarde, cuando el niño regresó de la escuela, la mesa estaba amputada, la silla
tullida, la cama coja y sobre ella, como siempre, el perro perfecto.
Isabel
González González/elmundo.es
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