Y de
pronto, el hombre bueno se convirtió en malo (17.05.2019)
La vida
es un continuo ir y venir. En ésta, se sufre cambios o simplemente se varía
porque sí. Los seres, también, se vienen trasformando de una u otra manera, la
naturaleza se fuerza en su mutación para poder subsistir y adaptarse. Nada de
lo que es vida, se queda impasible ante todo esto.
Hace no
mucho tiempo, había un hombre bueno. Lo mejor de lo mejor. Este ser, era tan
bondadoso en sus palabras, actos y hechos, que todo el mundo le admiraba y
quería.
Nada de lo
que le pasaba a los demás le era ajeno, se preocupaba y padecía por las
personas —incluso— las que le eran ajenas. Escuchaba a todo el mundo con una
sublime paciencia. No sólo eso hacía, después de mucho oír, este hombre, solía
aconsejar. El tiempo que invertía era extenso, pero él siempre decía —¿Para qué
está el tiempo? —Y añadía —¿Qué es el tiempo si no se tiene? —Y él mismo se
contestaba, —¡Nada!, por eso cuando se posee hay que darle un buen uso.
Ayudaba a
cualquiera, le conociera o no, tenía tiempo de sobra, y no digamos de
paciencia. Era sabio en palabras, conocedor, también, de ellas. Su hablar
calmaba a todo aquel que le oía. Y una vez que terminaba, el hombre, a pesar de
tantos problemas que escuchaba, él aconsejaba y reía. Por eso a todos
comprendía y trasmitía serenidad.
Era tal
su pasión por la bondad que, todo lo que poseía lo repartía, quedándose sólo
con un mínimo para poder cubrir lo más simple en sus necesidades diarias, llevaba
una subsistencia de eremita. Así era la vida de este hombre con bondad y con
sus prójimos.
Pero un
día todo cambió, el hombre pudo ver y comprobar que, cuanto más hacía, la gente
más le exigía, no se conformaban, cada vez le pedían más y más.
Este ser
se agitaba en el agotamiento, se extinguía sus fuerzas. Ya no podía dar más
cariño, amor, bondad. La preocupación por los demás le agobiaba. Para él, era
poco lo que hacía. Intentaba dar más, y más, pero... no podía.
El hombre
bueno observaba, cómo otros atesoraban más y más cada día, explotaban a los
pobres, a los ancianos, a los débiles, a los que no tenían. Llegó un tiempo que,
a él, apenas atenciones le procesaban. Y a sus palabras, sordos se hacían. El
hombre tenía y daba, los otros cogían y guardaban. Así pasaba el tiempo escaso
que ya tenía.
Un día un
niño en la calle vio, pobre, andrajoso, hambriento, flacucho y necesitado. La
gente a su lado pasaba y ninguno se detenía y le socorría. El hombre que, bien
observaba, sufría y sufría, porque veía aquel al que ayudó, incluso le dio todo
lo que poseía. También a ese, a otros, a todos que el hombre atendió, socorrió,
entrego lo poco o mucho que poseía.
Dolido de
todo esto, el hombre bueno, malo se volvió. Se vistió de dureza, con despreció
se apellidó, su nombre cambió por vileza. Y a todos los seres odio.
Ya
ninguno ayudaba, y menos les oía o escuchaba, a nadie aconsejaba y a todos
aborrecía.
Por
aquello que llegó a ver, el mal hombre se convirtió. Ya nada repartía y a la
usura se trasformó. Querías dinero, él te prestaba, sino pagabas, él exigía
todo lo que tenías y para él todo se quedaba.
Aquí
termina la historia de un hombre bueno y bondadoso que, por la avaricia de
aquellos a los que ayudaba y socorría, se convirtió al mal y a todos aborrecía.
bayekas
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