Este
hombrecillo todos los días realizaba unas tareas monótonas, repetitivas, como
si de un ritual se tratara.
Empezando
el día, se levantaba, después, su aseo matinal, posteriormente el desayuno, y más
adelante, su salida de casa. En esos momentos se enfrentaba a la ciudad con
todos sus monstruos, como él los llamaba.
Todos
los días tenía su peculiar iniciación sobre la manera de enfrentarse o vadear a
esos seres. A unos, los clasificaba como humanos, y otros, sólo mecánicos, pero
su terror se centraba en los humanos, que no eran predecibles; los otros, los
mecánicos, tenían los movimientos limitados, en ese sentido su preocupación era tanta.
El
hombrecillo caminaba a sus anchas, conocía muy bien su recorrido, lo había
repetido innumerables veces tiempos atrás. Se sabía de memoria los objetos y todo
aquello que iba a encontrar en su trazada andadura.
Pero
este hombrecillo no contaba que los llamados monstruos humanos le cambiarían esos
objetos de sitio, además, de introducir nuevos elementos a lo largo de su
recorrido diario.
¡Y
de pronto! El hombrecillo cayó en la trampa, y de él nunca más se supo.
bayekas
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