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sábado, 20 de octubre de 2018

Y vi algo que no conocía, que alguien llamó libro


Y vi algo que no conocía, que alguien llamó libro

De pronto apareció en la plaza del pueblo un objeto que nadie vio jamás. Todos los habitantes se personaron en el céntrico lugar y empezaron a colocarse rodeando el elemento.

A los allí congregados les podía una inmensa curiosidad por ver, saber, incluso, más; la verdad es que estaban asombrados, pues era la primera vez que veían algo así.

El más atrevido de lugar, se acercó, y cogiéndolo, empezó a maniobrarlo, no sabía cómo, de qué manera y que debía de hacer, pero era más lo que le picaba que el peligro que podía correr.

Ante este acto, los menos atrevidos, que se habían alejado un poco, lo suficiente para ver, pero no para peligrar. Se quedaron atónitos, esperando que algo le sucediera al osado por su atrevimiento. Viendo que no le pasaba nada, se fueron acercando más y más, pero con mucha preocupación.

Una vez que estuvieron todos bien cerca de aquello a lo que no podían nombrar, ni calificar, pues desconocían el que pudiera ser y qué uso dar, empezaron a preguntar ¿Qué será? ¿Qué será?

El osado joven que lo cobijo en sus manos, empezó abrirlo despacio, con mucha cautela, no sabía que era y para que podía valer. Entre sus manos lo tenía, le daba vueltas, una más otra, le ponía de una u otra posición. Una vez abierto por la mitad, más o menos, tampoco era cuestión de contar, se dio cuenta de que, según lo tocaba se iba abriendo una por una algo muy fino y plano que, se repetía cada vez más. Le extrañó ver en su interior unas manchas muy bien ordenadas, para su entender, demasiado ordenadas. Pero cada vez ignoraban más su utilidad y qué podía significar esas manchas también alineadas.

Así pasaron casi todo el día alrededor de eso que no podían descifrar. Altos de su ignorancia y desconocimiento de la utilidad del objeto, lo dejaron dónde se lo habían encontrado y cada uno volvió a su menester diario, no sin antes maldecir el tiempo que habían perdido con esa cosa.

Al rato, pues no pasó mucho tiempo de la partida de los curiosos lugareños, llegó un niño y al pasar cerca de ese objeto raro, lo cogió y gritó asombrado ¡Un libro! Dónde se podía leer: Platero y yo, o tú o aquél, da igual quién.

La criatura, empezó a hojearlo, u por su innata curiosidad por aprender, terminó leyéndolo. Una vez acabo su lectura, lleno de felicidad por el placer, que según él le había dispensado, lo que llamó "lectura", lo volvió a dejar dónde lo encontró, para que más gente disfrutará de ese deleite llamado lectura, también pudiera ser conocimiento.

Por ello queremos agregar a este auditorio vacío:

La cultura no tiene lugar en aquellos que no quieren aprender, el desconocimiento no impide tener curiosidad para ir asimilando de aquello que uno desconoce, pero que sí insiste terminará por comprender.

Date tiempo a la lectura, date tiempo a este placer, si disfrutas de este grado como es su menester, terminarás repitiendo una y otra vez.
bayekas

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