Lo
noche extiende su manto
Lo
noche extiende su manto, con él nos envuelve, nos arropa. Es una noche abierta,
no hay luz, pero la luna nos ilumina con su claridad. Seguimos caminando, vamos
en grupo mirando el horizonte. No tenemos prisa. Disfrutamos del momento, de la
paz, del silencio, todo es pura naturaleza, su viva voz. Es agradable este
silencio. De vez en cuando, se rompe con el ruido de ir y venir de un animal.
Nos quedamos quietos, atentos, afinamos nuestros oídos esperando descubrir el
animal que se desliza por la maleza. Seguimos con la mirada ese ruido,
intentado descubrir ese atrevido animal que rompe el silencio de la noche.
Nada, no conseguimos verle.
Hacemos
un alto en el camino para reponer fuerzas. Es muy grato andar en esta noche
abierta, y muy fácil otear el frente, intentado divisar a lo lejos cualquier
figura que se aproxime. Vemos al fondo, como la noche va apagando su luz, esa
que nos da una luna esplendorosa.
Hemos
repuesto un poco nuestras menguadas energías. Nos incorporamos, recogemos
nuestros enseres, y mochila a la espalda, reanudamos nuestro camino. No hace
calor. Es verdad, hasta este momento no me había dado cuenta de este punto.
Seguimos
el surco que, suponemos, que ha sido marcado por el pasar de los caminantes, dejando
su marca en el terreno. Llevamos unos kilómetros en nuestras cansadas piernas,
esto no nos impide seguir con lo trazado, animándonos unos a otros, con la
intención de que el grupo vaya al unísono.
De
pronto, oímos un ruido fuerte, como de algo que golpea el terreno, le acompaña
un grito desgarrador; ahora, el grito no se oye, desaparece, pero en cambio, se
oye un lamento. Nos damos la vuelta, iniciando la andadura hacia donde se
produjo el ruido. Una vez allí, nos encontramos con uno del grupo, que había tropezado,
con tan mala suerte, que su cuerpo topó con un hoyo profundo en el sendero.
Todos
nos paramos al rededor del hueco o vacío en el terreno. Sacamos nuestras
linternas y las dirigimos hacia el fondo de la pronunciada hondadura. Vemos al
compañero, al final de las ráfagas de luz que desprenden nuestras linternas. En
un momento, uno de nosotros, hace uno observación y nos indica que el caído tiene
una pierna rota, pero además, y según podemos apreciar, no con mucha claridad,
debido a la concavidad dónde está el infortunio, está sangrando.
Estudiamos
el hundimiento para poder acceder hasta donde se encuentra el herido y ver que
necesidades tienen y como podemos socorrerle.
Cuando
tenemos trazado más o menos como vamos ayudarle y sacarle del atolladero, llega
uno de nosotros y nos dice: ¡Fin! Con admiración, ésta película se ha acabado. No
llegó a mi asombro, pues el compañero sigue herido y sin ser socorrido. Me
desespero, me encolerizo. Cuando intento chillarle para que entre en razón,
abro los ojos y me despierto. Estoy tendido en la cama, dándome cuenta de que
todo era un simple sueño.
bayekas
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