Mi
lucero
Un
lucero vino a verme un día. Yo estando dormida pensé —¿Qué hace el lucero aquí?—
No encontré la respuesta adecuada, pero el lucero seguía ahí.
El
me acompaña todos lados días allí dónde fuera, en un paseo, a la compra, al
médico, al cine, a cualquier sitio que iba o fuera, allí estaba el lucero.
Nadie
lo veía, excepto yo, era mío o eso creía yo. En casa cuando me sentaba a la mesa
él estaba conmigo; me ponía a comer, él estaba a mi lado; hacia uso de la tele
y el sofá, no dejaba de estar presente; me iba a la cama, allí lo podía
encontrar. Era mi compañía, era mi amigo del alma, mi consuelo, mi razón, todo
eso era cada día.
Yo
encantada estaba de tan dichosa compañía. —¡Por fin! Tenía un poco de alegría—
Mi vida era muy feliz con este lucero de alma, era mi luz y mi guía en todos
los momentos del día. Nadie lo podía ver, pero yo siempre ahí lo tenía.
Como
era de suponer, la vida nunca es dichosa, y yo, como mujer, no iba ser otra
cosa. En un momento de un día, mi lucero desapareció, y yo, muy triste que dé
sin esa compañía.
Pasaban
la horas, también los días, los meses transcurrieron, llegaron los años, y yo,
sin mi lucero me estaba apagando —¿Dónde estará?— Yo iba preguntando por dónde
pasaba, en cada momento, en cada ocasión, no me importaba repetirme, que me
llamaran cansina. Pero, como nadie lo veía, nadie me contestaba, nadie me
decía.
Yo
decaía en ese pesar, me pregunté —¿Mi lucero dónde estará?—
Un
buen día, me vino a visitarme la muerte por la soledad que sufría, según me
dirigía a la puerta para abrirla, iba pensado —me cobijaría un hueco en la
tierra frio y oscuro— En ese momento mi lucero apareció antes mis ojos, todo se
llenó de luz intensa, radiante. Note una vivacidad interior, una alegría mucho
mayor. Cerré la puerta y la muerte de largo.
Ahora,
en estos momentos, la felicidad reina en mi hogar, en mi vida, la soledad se
ausento, se fue, dando paso a mi lucero.
bayekas
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